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domingo, 18 de mayo de 2014

Gusanos inverosímiles y genes parálogos.

Darle la cara a esta realidad nuestra, que parece solo encaminarse al carajo, me lleva hasta el borde no del llanto sino de la parálisis, de sentir que nada vale la pena y que mejor sería no hacer esfuerzo alguno por una sociedad y un planeta que continuará con o sin nosotros y que el bendito Sol se tragará en algunos millones de años. Y luego está esta ridícula idea mía de dedicarme a la ciencia, solo para descubrir que está llena del mismo juego de intereses e insensatez en esplendor que la política, la industria y los otros sistemas a los que critico desde la hipocresía de formar parte íntegra de ellos. Eso y que hacer ciencia, lejos del regocijo del Eureka que imagina la cultura popular, es más bien mantener en pié la fuerza de voluntad ante experimentos fallidos, métodos imperfectos y resultados de escaso valor. Sin mencionar que, si se pierden la visión de largo plazo y la importancia del cómo, la ciencia no sirve para solucionar los problemas que más nos duelen.

A ese tipo de hilos se amarran mis pensamientos en los días que se me cae el ánimo y que no deseo mas que roer el absurdo de mi depresión. Drama de quién no tiene problemas, ridículo o no, pero me pesa como sé también le ha pesado a amistades cercanas e imagino a muchos de quienes hacemos de la biología nuestra vida.

Y luego, bam: poliquetos. Inverosímiles poliquetos, prodigiosos gusanos del mar. Como este:


O este, de otra especie:


Y este, de otra:


Y sí, esto también es un gusano:


¿Dónde están estas maravillas? ¿Qué sabemos de estas especies? Nosotros nada, pero habrá que preguntarle a Alexander Semenov, el biólogo marino que tomó las fotos de arriba (y más) y que trabaja en su identificación.

Existen. Como existen las jirafas en África, como existen las bacterias en todas partes y como existen especies de plantas en las montañas más altas de México. Esas son las que yo estudio.


¿Qué sabemos de estas especies? Su sistemática, algo de su ecología y que hoy crecen arriba de 3,500 metros sobre el nivel del mar, pero que posiblemente durante las glaciaciones del Pleistoceno, por ejemplo hace 20 mil años, crecían mil metros más abajo. Analizo sus genomas (una parte de) para buscar evidencia de ello. Esperaríamos que las poblaciones de las montañas más aisladas topográficamente, como el Cofre de Perote, estuvieran más diferenciadas que las poblaciones unidas por regiones relativamente altas, como el grupo del Nevado de Toluca, el Ajusco y el Izta-Popo.

Y sí, nuestros datos parecen cumplir dicha hipótesis. Pero los análisis genéticos revelaron dos cosas que no esperaba. Primero, una de las poblaciones de Berberis alpina, la del Cerro Zamorano, es tan distinta del resto de las poblaciones, como dichas poblaciones lo son de la especie que usamos como grupo externo. Todo parece indicar que se trata de una especie críptica que habrá que reconocer a nivel taxonómico. En eso estamos. Segundo, hay muchos loci parálogos. Muchos loci parálogos distintos dentro de cada especie. No había pensado en esa fuente de diferenciación. ¿Cómo incorporarla a mis análisis, qué significa para la evolución de las plantas de las montañas de México?

Los genes parálogos son aquellos que se generan por duplicación génica. Es decir un pedazo de cromosoma (o incluso el genoma completo) de un organismo se duplica. Ahora hay dos copias del mismo gen dentro de un mismo genoma, pero en dos sitios distintos (es decir, no confundir con los alelos). Las consecuencias evolutivas dan para largo: una copia puede seguir cumpliendo su función, la otra puede acumular mutaciones y perderse, o puede acumular mutaciones que generen una función nueva; o puede ser que el gen original tuviera varias funciones, y que cada copia tienda a especializarse en una de ellas. O saber qué más, la verdad es que aún no queda claro mucho de lo que ocurre con los genes que se duplican. Pero importa, sobre todo si eres una planta y buena parte de tus genes han evolucionado así. Casi como si copipastear y editar fuera más sencillo que arrancar un párrafo de cero. Es fascinante. Una discusión genómica que yo tenía fuera del radar y en la que ahora me sumerjo como quién busca poliquetos inverosímiles en el mar.

¿Vale la pena ésta realidad nuestra? Sí. Aún hay gusanos en el mar y la evolución de los genomas no ha agotado nuestra capacidad de sorpresa.

Esta entrada va dedicada a Sara Straffond, quién, sin saberlo, mantiene a flote el ánimo de todos.

1 comentario:

Ana Wegier dijo...

También podemos ver cuantas veces se expresan los genes... Y en que condiciones poniéndo a tus bichos in vitro. Puede ser algo más que neutral...
Sobre el resto, suspiro, la vida.